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El lugar y la mirada

El mundo del lenguaje

El mundo del lenguaje

Viene un ser hacia ti
y lo formas de palabras
pero la cámara oscura del cerebro
te resulta extraña
como los pequeños demonios de la vida de un eremita.
A veces una aparición devastadora
brota entre las sílabas
como la polilla que anidó
en la herida de púrpura del soldado.

La guerra es real.
Noches en calma y la luna
pausas engañosas
instigadoras del crimen.
Las palabras menguan.
Al más frágil
y solitario lenguaje del mundo
he tratado de salvar hoy.
De la vena cortada del amor
señales en Morse:
gotean lentamente
lo lograré, más tarde.

Denisa Comanescu

Traducción de Joaquín Garrigós

imagen: Frank Kapra

 



Metrópolis

 

¨Freder se preguntaba, no sin un dejo de amargura, cuántas veces más el gran Amo de Metrópolis le permitiría contemplar aquella escena en la que la catedral se le presentaba en un día despejado: Cuando el sol se hundía detrás de Metrópolis, los caseríos se volvían montañas y las calles se convertían en valles; cuando la corriente de luz que parecía brotar fríamente, se quebraba frente a todas las ventanas, esparciéndose desde todos los muros de las casas, desde las azoteas y desde el corazón mismo de la ciudad; cuando daba inicio el ajetreo silencioso de los anuncios eléctricos, cuando los reflectores, en todos los colores del arcoiris, se encendían alrededor de la Nueva Torre de Babel; cuando los omnibuses se convertían en monstruos de luces chispeantes y los pequeños autos de motor en escurridizos peces luminosos en aquel profundo mar sin agua, mientras que desde el puerto invisible del tren subterráneo un mágico resplandor avanzaba para ser tragado por sombras presurosas -entonces allí se levantaba la catedral, en el océano ilimitado de luz, disolviendo todas esas formas, eclipsándolas; era el único objeto oscuro, negro y persistente que parecía, en su ausencia de luz, liberarse de la tierra, para surgir cada vez más alto y apareciendo entre esta corriente de luz tumultuosa como el único objeto en reposo, soberano.¨  

(fragmento de la novela homónima de Thea von Harbou)

(versión: Carlos de Landa)

De la fotografía

De la fotografía

  ´En una fotografía donde uno ha establecido una conexión personal con el objeto fotografiado, se puede generar algo que no se hubiese expresado de otra forma. Pero el objeto no se muestra todo de una vez con la primera fotografía. Sólo conforme avanza el tiempo uno llega a algo que inconscientemente se buscaba, lo cual es una maravillosa sorpresa. Se ha dicho que la parte poética en la vida de una persona es su juventud, pero la parte madura del artista sólo llega cuando uno es mayor. Pienso que comienzo a enteder eso hasta ahora, y ahora sé que está relacionado a mi fotografía. La fotografía, como un poderoso medio de expresión y comunicación, ofrece una infinita variedad de percepciones, interpretaciones y realizaciones. Puede hacer visible la trascendencia del mundo que nos rodea, puede ser asimismo un instrumento de disciplina personal, un acto de meditación y, básicamente, un acto de amor.

 Una fotografía es un secreto acerca de un secreto, Entre más te dice, menos sabes.´

Peter Gasser

Berlín: el aura de una ciudad 2

Berlín: el aura de una ciudad 2

      Los recuerdos, incluso cuando se extienden en detalles, no siempre representan una autobiografía. Y con toda seguridad esto no lo es, ni siquiera en lo referente a los años de Berlín, que son de los que únicamente aquí se trata. Pues la autobiografía tiene que ver con el tiempo, con el transcurso y con aquello que constituye el constante fluir de la vida. En cambio aquí se trata de un espacio, de momentos y de inconstancia. Pues aunque también aquí aparecen meses y años, lo hacen en la forma que tienen en el momento de la rememoración. Esta extraña forma –llámese fugaz o eterna-, en ningún caso la materia de la que está hecha es la de la vida. Y eso se revela aún menos en el papel que aquí desempeñará mi propia vida que en el de las personas que eran –cuando fuese y quienes fuesen- las más próximas a mí en Berlín. El ambiente de la ciudad que aquí se evoca sólo les permite a ellas una breve y vaga existencia. Se introducen furtivamente en sus paredes como mendigos, emergen fantasmalmente en sus ventanas, para luego desaparecer, husmean por los umbrales igual que un genius loci, y si efectivamente ellas llenan incluso barrios enteros con sus nombres, lo hacen del mismo modo que el nombre de un muerto llena la lápida de su tumba. El Berlín sensato y ruidoso, la ciudad del trabajo y la metrópoli del tráfago, realmente se ha mostrado no menos sino más bien más llena que algunas otras de muertos en los lugares y en los instantes en que da testimonio de esos muertos, y tal vez el oscuro sentido de estos instantes, de estos lugares, sea más que cualquier otra cosa lo que le da a la infancia eso que la hace tan difícil de comprender y al mismo tiempo tan seductoramente atormentadora como los sueños medio olvidados. Pues la niñez, que no conoce ninguna oposición preconcebida, tampoco conoce ninguna sobre la vida. Se muestra tan artificialmente unida (aunque no menos reservada) al reino de los muertos, allí donde éste surge introducido en el de los vivos, que a la propia vida. Es difícil saber hasta dónde es capaz un niño de remontarse; depende de muchas cosas: de la época, del entorno, de la naturaleza y de la educación. Que mi sensibilidad a esa tradición de la ciudad de Berlín que no se deja refundir en unos cuantos datos sobre la redada de Stralau, Fridericus mil ochocientos cuarenta y ocho, es decir, a esa tradición topográfica que representa la unión con los muertos de este suelo, sea limitada, está determinado por el hecho de que las familias de mis padres no fueran nativas de aquí. Esto pone sus límites al recuerdo infantil, y es éste, más que la propia experiencia infantil, la que se expresa a continuación. Pero por donde quiera que discurra este límite, es seguro que la segunda mitad del siglo XIX está a este lado del mismo, y a ella es a la que pertenecen las siguientes imágenes, no en el sentido de imágenes generales sino en el de aquellas que según la teoría de Epicuro se disocian constantemente de las cosas y condicionan nuestra percepción de ellas.

Sin duda hay incontables fachadas de la ciudad que están exactamente igual que en mi infancia; pero cuando las miro no me encuentro con mi propia infancia. Con demasiada frecuencia las han rozado mis miradas desde entonces, con demasiada frecuencia han sido decoración y escenario de mis paseos y recados. Y las pocas que constituyen una excepción a esta regla –sobre todo la iglesia de San Mateo en la plaza de San Mateo- quizá sólo lo sean aparentemente. Pues ¿realmente he visto de niño con frecuencia, o he conocido siquiera ese rincón, tan apartado como está? No lo sé. Eso que hoy me dice se lo debe probablemente en su totalidad a la propia arquitectura: a la iglesia con sus dos angulosos tejados a dos vertientes encima de las naves laterales y con el ladrillo amarillo y ocre del que está hecha. Es una idea pasada de moda con la que sucede como con algunos edificios pasados de moda; aunque por supuesto no han sido pequeños con nosotros, aunque tal vez ni siquiera nos conocían cuando éramos niños, sin embargo saben muchas cosas de nuestra infancia y los amamos por ello. Pero yo me encontraría a mí mismo muy cambiado actualmente, a esta edad, si tuviese el valor de cruzar la puerta de cierta casa por la que he pasado de largo miles de veces. Una puerta situada en el Viejo Oeste. Aunque ni ella ni la fachada de su casa le dicen nada ya a mis ojos. Las plantas de los pies seguramente serían las primeras que, una vez cerrada la puerta de la casa detrás de mí, me avisarían de que habían encontrado en mi propio interior la distancia y el número de los ya pisados escalones, de que al entrar en esta pisada escalera que une las plantas del edificio habían encontrado viejos rastros, y si no vuelvo a cruzar el umbral de esa casa es por miedo a que un encuentro con ese interior de la escalera que, en su retiro, ha conservado la capacidad de reconocerme que la fachada ya perdió hace mucho tiempo. Pues ella, con sus cristales de colores, ha permanecido igual, pero en el interior, donde se habita, nada siguió siendo como antes. Monótonos versos llenaban los intervalos de los latidos de nuestros corazones cuando, agotados, hacíamos una pausa en el descansillo que hay entre las plantas. En ellas se reflejaba la luz del atardecer, o bien relampagueaba una ventana de la que una mujer de marrón castaño con una copa salía flotando como la Madonna de Rafael de una hornacina, y mientras los cordones del cartapacio me cortaban en los hombros yo tenía que leer: El trabajo es el adorno del ciudadano, el éxito es la recompensa del esfuerzo. Afuera llovía otra vez. Uno de los cristales de colores estaba abierto, y al ritmo de las gotas se continuaba escaleras arriba.

A la espalda quedaba el almacén, con las peligrosas y pesadas puertas que dentro de las fuertes espirales oscilaban elásticamente, y ahora se había entrado en el embaldosado, que estaba resbaladizo por el agua del pescado o por el agua de fregar y sobre el que tan fácilmente se podía uno resbalar con zanahorias o con hojas de lechuga. Detrás de separaciones de alambre, cada una provista de un número, reinaban las mujeres de torpes movimientos, sacerdotisas de Ceres en venta, mercaderes de todos los frutos del campo y del árbol, de todos los pájaros, peces y mamíferos comestibles, alcahuetas, colosos intocables, de lana de labores, que de puesto a puesto se entendían temblando como un relampagueo de los grandes botones de nácar o con un golpe al negro delantal retumbante o al monedero lleno de dinero. Bullía, brotaba y se hinchaba bajo el dobladillo de sus faldas, ¿no era éste el verdadero suelo fértil? ¿No arrojaba a sus regazos un dios del mercado en persona los artículos –fresas, mariscos, setas, masas compactas de carne y de berza-, invisiblemente presente junto a ellas, que se le encomendaban mientras que, apáticas y silenciosas, pasaban revista a las filas de las amas de casa indecisas que, cargadas con cestos y bolsos, se afanaban en conducir a su cría delante de ellas por esas callejuelas resbaladizas de mala reputación? Y cuando en invierno se encendían temprano por la tarde las lámparas de gas, uno creía de pronto sumergirse y sólo entonces sentir en el suave resbalar la profundidad que se esconde bajo la superficie marítima que, perezosa y traslúcida, se movía en las aguas estancadas y vidriosas. Walter Benjamin

Berlín: el aura de una ciudad 1

 

El concepto clave que Walter Benjamin inventó (aunque su diario insinúa que era en realidad una idea de la librera y editora Adrieane Monnier), fue el describir lo que le sucede a la obra de arte en la era de la reproducción tecnológica (principalmente la era de la cámara; Benjamin tiene poco que decir respecto a la imprenta) es la pérdida de aura. Hasta aproximadamente la mitad del siglo XIX, afirma, no hay una relación intersubjetiva que haya sobrevivido entre la obra de arte y su espectador: el espectador miraba y la obra de arte, por así decirlo, devolvía la mirada. «Percibir el aura de un fenómeno [significa] investirlo de la capacidad de devolvernos la mirada». Hay por lo tanto algo mágico en el aura, derivado de vínculos antiguos que ahora se desvanecen entre el arte y el ritual religioso.

Benjamin habla primero del aura en su Pequeña historia de la fotografía (1931), donde intenta explicar por qué (en su opinión) los primeros retratos realizados por la fotografía –los incunables de la fotografía, por así decirlo– tienen aura, mientras que las fotografías de una generación posterior la han perdido. En La obra de arte... la noción de aura se ha ampliado bastante imprudentemente de las antiguas fotografías a las obras de arte en general. El final del aura, afirma Benjamin, estará más que compensado por las capacidades emancipadoras de las nuevas tecnologías de la reproducción. El cine sustituirá al arte áureo. J.M.  Coetzee.

El hombre solo

El hombre solo

"A semejanza de una famosa definición que convierte al universo kantiano en una cadena de causalidades suspendida de un acto de libertad -dice el mayor crítico italiano de nuestro tiempo- cabría resumir el universo pirandelliano como una diuturna esclavitud en un mundo sin música, suspendido de una infinita posibilidad musical: la intacta y apacible música del hombre solo". 

 Leonardo Sciascia (Todo modo)

 imagen: Willy Ronis (L´homme seul)

De la mirada

De la mirada

´Los antiquísimos cretenses fijaban una mirada enorme en medio de los afilados perfiles que se perseguían en torno a las vasijas, en los utensilios domésticos, en las paredes de las habitaciones.

Hasta el feto de un hombre, de un pez, de un ave, de una serpiente, en su estadio primordial, todo tiene una mirada.

Es necesario descubrir la mirada de todas las cosas´ 

(Giorgio de Chirico)

imagen: Janet Williams

Kabul (كابل en persa y pashtu)

Kabul (كابل en persa y pashtu)

Y dios lo hizo morir durante cien años

Y luego lo animó y le dijo:

-¿Cuánto tiempo has estado aquí?

-un día o parte de un día, respondió.

 
Alcorán, II, 261[4]
imagen: Seamus Murphy
 

La canción de la novia

La canción de la novia

 

Amado mío se acerca el desierto

Aparta resoplando la arena ardiente

Siento cómo se aferran las garras de la quemadura

en el gris de la roca del alma

 

¡Oh! Amado mío, junta tus manos al rezar

escucha cómo zumba el fin en los oídos

espera que se te escurra la sangre del anochecer de tu boca

y los recuerdos te muerdan el cuerpo

los recuerdos con olor íntimo de escondites remotos

 

En los llantos del atardecer se ha apagado la luz de tu boca

La sombra del bosque sigue vibrando

Hago del corazón sendero para tus dolores, muñeca

Mi corazón con tantas bellas manchas

Con bordes de heridas como los vestidos de las mozas

y arcoiris de ceniza

 

La flor de los faroles se ha marchitado

Se le ha doblado el tallo en la humedad de la oscuridad

La luna se ha encerrado por encima de las nubes

como el corazón de la abadesa en la antigüedad de un monasterio

Te he encerrado yo también en la noche del cementerio

donde vuelan pájaros de hierro

frágil amor arrancado en silencio de una lápida de una azucena tímida

los árboles son crisantemos de hielo

y tú te has helado en el cielo al lado de una bella oración.

 

TRISTAN TZARA

 

Versión  de Darie Novácenau

 

imagen: Abbas, casamiento en Kabul (novio ausente)

 

El año es como el año hace mil años

El año es como el año hace mil años


 

El año es como el año hace mil años,

Llevamos el cántaro y golpeamos el lomo de la vaca,

Segamos sin querer saber nada del invierno,

Sin saber nada bebemos mosto,

Pronto habremos sido olvidados

Y los versos se desharán como nieve ante la casa.

El año es como el año hace mil años,

Miramos el bosque como establo del mundo

Mentimos y tejemos cestos para peras y manzanas,

Dormimos mientras nuestras botas sucias

Se descomponen ante la puerta de la casa.

El año es como el año hace mil años,

No sabemos nada,

No sabemos nada del ocaso,

De las ciudades hundidas, de la corriente

En que se ahogaron hombres y caballos.

 

      Thomas Bernhard

 

TRADUCCIÓN: Miguel Sáenz

imagen: Eugene Atget

Nos reciben las calles conocidas...

Nos reciben las calles conocidas...

Nos reciben las calles conocidas
y la tarde empezada, los cansados
castaños cuyas hojas, obedientes,
ruedan bajo los pies del que regresa,
preceden, acompañan nuestros pasos.
Interrumpiendo entre la muchedumbre
de los que a cada instante se suceden,
bajo la prematura opacidad
del cielo, que converge hacia su término,
cada uno se interna olvidadizo,
perdido en sus cuarteles solitarios
del invierno que viene. ¿Recordáis
la destreza del vuelo de las aves,
el júbilo y los juegos peligrosos,
la intensidad de cierto instante, quietos
bajo el cielo más alto que el follaje?
Si por lo menos alguien se acordase,
si alguien súbitamente acometido
se acordase... La luz usada deja
polvo de mariposa entre los dedos.

       Jaime Gil de Biedma

imagen: Willy Ronis

Para los lectores

Para los lectores

 

Allá está mi casa. Más allá es sol y el huerto con colmenas.

Vosotros pasáis por el camino, miráis por entre las rejas

y esperáis a que os hable. ¿Cómo empezar?

Creedme, creedme,

se podría hablar sobre cualquier cosa cuanto se quisiera:

sobre el destino y sobre la serpiente del bien, 

sobre los arcángeles que surcan con su arado

los jardines del hombre,

sobre el cielo hacia el cual crecemos,

sobre el odio y la caída, sobre tristezas y crucificaciones

y más que nada sobre el gran correr.

Pero las palabras son las lágrimas

de los que quisieron llorar y no pudieron.

Son tan amargas todas las palabras,

por esto, dejadme

pasear mudo entre vosotros,

salir a la calle con los ojos cerrados.

 

LUCIAN BLAGA

(VERSIÓN DE DARÍO NOVÂCEANU)

imagen: anónimo, Connecticut, siglo XIX

 



 

Nueva York en tres tiempos (Robert Frank)

Nueva York en tres tiempos (Robert Frank)

Rodeo, New York City, 1955

Nueva York en tres tiempos (Weegee)

Nueva York en tres tiempos (Weegee)

Incendio, 1930´s

Nueva York en tres tiempos (Jacob Riss)

Nueva York en tres tiempos (Jacob Riss)

Five Cents Lodging, Bayard Street, c. 1889

Como por milagro

Como por milagro

 

 

Como por milagro

Naranjas en las ramas de un naranjo

Como por milagro

Un hombre se adelanta

Poniendo como por milagro

Un pie delante de otro para andar

Como por milagro

Una casa de piedra blanca

Detrás de él sobre la tierra está posada

Como por milagro

El hombre se detiene al pie del naranjo

Toma una naranja la monda y la come

Arroja la cáscara a lo lejos y escupe las pepitas

Saciando como por milagro

Su gran sed de la mañana

Como por milagro

El hombre sonríe

Mirando al sol que se levanta

Y que luce

Como por milagro

Y el hombre deslumbrado vuelve a su casa

Y reencuentra como por milagro

A su mujer dormida

Maravillado

De verla tan joven tan bella

Y como por milagro

Desnuda al sol

Él la mira

Y como por milagro ella se despierta

Y le sonríe

Como por milagro él la acaricia

Y como por milagro ella se deja acariciar

Entonces como por milagro

Pájaros de paso pasan

Que pasan como eso

Como por milagro

Pájaros de paso que se van hacia el mar

Volando muy alto

Por encima de la casa de piedra

Donde el hombre y la mujer

Como por milagro

Hacen el amor

Pájaros de paso por encima del jardín

Donde como por milagro el naranjo acuna sus naranjas

En el viento de la mañana

Echando como por milagro su sombra sobre el camino

Sobre el camino donde un sacerdote avanza

La nariz en su breviario el breviario en sus manos

Y el sacerdote caminando sobre la cáscara de naranja arrojada por

el hombre a lo lejos

Resbala y cae

Como un sacerdote que resbala sobre una cáscara de naranja y

que cae sobre un camino

Una linda mañana.

 

    JACQUES PRÉVERT

    Versión: Rodolfo Alonso

    Imagen: Willy Romis

Willy Ronis: París, 1948

Willy Ronis: París, 1948

Elegía

Elegía

Tiembla la misma agua y la misma hoja
bajo los golpes del mismo reloj.
¿En qué mundo, en qué sueño te has detenido?
Celestial, ¿bajo qué hierbas te quedaste?

Se vierten en mí los caminos,
todos los que pasaste.
El espejo conserva aún tu rostro
después de partir.

Sin pensamientos, sin ímpetu, sin voz,
seco los ojos húmedos con la manga.
Un vecino escucha por la pared
la negra paciencia del mismo paso.

Lucian Blaga

traducción: DARÍO NOVÂCEANU

Imagen: Carlos de Landa

en algún lugar que nunca recorrí...

en algún lugar que nunca recorrí...

 

en algún lugar que nunca recorrí, felizmente más allá
de toda experiencia, tus ojos tienen su silencio:
en tu más frágil ademán hay cosas que me incluyen,
o que no puedo tocar porque están demasiado próximas;

tu más leve mirada fácilmente me abrirá
aunque haya cerrado las mías como dedos;
me abres siempre pétalo por pétalo como la Primavera abre
(tocando diestramente, misteriosamente) su primera rosa

o si deseas estar junto a mí, yo y mi vida
nos cerraremos hermosamente, súbitamente
como el corazón de esta flor cuando imagina
la nieve descendiendo minuciosamente en todas partes

nada de lo que percibiremos en este mundo iguala
el poder de tu intensa fragilidad: cuya textura
me impulsa con el color de sus regiones
devolviendo la muerte y para siempre con cada aliento

(no sé qué hay en ti que se cierra
y se abre; sólo algo en mí comprende
la voz de tus ojos más profunda que todas las rosas)
nadie, ni siquiera la lluvia, tiene manos tan pequeñas.

e. e. cummings

(versión de adolfo bioy casares y jorge luis borges)

imagen: Takeyoshi Tanuma

Candy Darling in the borderland

Candy Darling in the borderland

imagen: Peter Hujar