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El lugar y la mirada

Metrópolis

 

¨Freder se preguntaba, no sin un dejo de amargura, cuántas veces más el gran Amo de Metrópolis le permitiría contemplar aquella escena en la que la catedral se le presentaba en un día despejado: Cuando el sol se hundía detrás de Metrópolis, los caseríos se volvían montañas y las calles se convertían en valles; cuando la corriente de luz que parecía brotar fríamente, se quebraba frente a todas las ventanas, esparciéndose desde todos los muros de las casas, desde las azoteas y desde el corazón mismo de la ciudad; cuando daba inicio el ajetreo silencioso de los anuncios eléctricos, cuando los reflectores, en todos los colores del arcoiris, se encendían alrededor de la Nueva Torre de Babel; cuando los omnibuses se convertían en monstruos de luces chispeantes y los pequeños autos de motor en escurridizos peces luminosos en aquel profundo mar sin agua, mientras que desde el puerto invisible del tren subterráneo un mágico resplandor avanzaba para ser tragado por sombras presurosas -entonces allí se levantaba la catedral, en el océano ilimitado de luz, disolviendo todas esas formas, eclipsándolas; era el único objeto oscuro, negro y persistente que parecía, en su ausencia de luz, liberarse de la tierra, para surgir cada vez más alto y apareciendo entre esta corriente de luz tumultuosa como el único objeto en reposo, soberano.¨  

(fragmento de la novela homónima de Thea von Harbou)

(versión: Carlos de Landa)

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