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El lugar y la mirada

Éxodo

Éxodo

Descienden planos como estratos labrados en los templos. Abajo los hombres revueltos con las bestias, aridez, sudor vuelto a secar. Y seguir con un botín de fatiga mortal, de odio sin objeto.

Bajo la noche se agolpan los pensamientos- cuerpo sobre cuerpo,

vientres exangües. Descenso hacia los pliegues profundos.

Un caldero funde entre las lajas sueltas mascarillas, monedas, el espejo que multiplica un mismo rostro.

Recuento perdido en los declives. El mirlo, dicen, denuncia lo que acecha a la vueta de los desfiladeros. Ruido de cascos, cabalgatas desde el sueño

-vías condenadas. Y el agua tiñéndose de rojo.

En la piel reaparecen las marcas.

La muerte se mete por los poros. Muchedumbres silenciosas

como cráteres extintos. Una flauta se oye desde los toldos.

El humo se abate en la llanura.

Lejos, el tren detenido como un caparazón deshabitado.

¿Dejaron de ser dioses? Sien herida por un disco, crin ya vuelta llama. La planicie salía de la oscuridad,

antes de los dioses,

cuando el mundo ya era.

Sobre la tierra seca migraciones de flamencos anidan entre el lodo y la sal. En la orilla se acumula la existencia precaria, insectos-

materias volátiles como impulsos irreflexivos.

Huellas desencontradas donde empiezan travesías

sin término. El apremio dispersa alas pequeñas,

escamas de nácar

vuelan en el atardecer.

Sombra indecisa entre los glifos, estación sin premura-

difiere el ciclo de lo húmedo. En los esteros secos

flores de papiro se deshacen. Y las pequeñas madres

-amuletos de barre, cuelgan de los árboles,

se balancean. 

Elsa Cross (sobre una foto de Sebastiáo Salgado)


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